La reciente Asamblea Informativa de Morena en Tlaxcala, que contó con la presencia de figuras importantes como Luisa María Alcalde Luján, dirigente nacional del partido; Carolina Rangel, secretaria general, y Andrés Manuel López Beltrán, secretario de organización, tenía el propósito de fortalecer la cohesión y lanzar un mensaje de unidad en el estado. Sin embargo, el protagonismo desmedido de la senadora reeleccionista Ana Lilia Rivera terminó por empañar el evento, convirtiéndolo en lo que parecía más un arranque de campaña que una actividad informativa.
La calpulalpense, quien no oculta su obsesión con la gubernatura de Tlaxcala, aprovechó la ocasión para proyectarse como la favorita al cargo. Para ello, ha hecho un uso constante del nombre y la imagen de Andrés Manuel López Obrador, presentándose como su representante en el estado, y colgándose del respaldo del senador José Antonio Álvarez Lima, un aliado cercano a la presidenta Claudia Sheinbaum. Estas alianzas oportunistas parecen más bien estrategias de conveniencia que reflejos de un verdadero liderazgo popular.
A pesar de su insistencia en posicionarse como fundadora e integrante de la base morenista en Tlaxcala, la realidad es que esta narrativa no cala entre la ciudadanía. Incluso entre su círculo cercano, es sabido que su paso por el Senado la transformó, la sensación de poder la alejó de la sencillez que alguna vez la caracterizó. Su inclinación por la ropa de lujo y su actitud prepotente le han ganado el rechazo de muchos, distanciándola de ese “pueblo” que dice representar.
El desencanto es palpable. Basta con preguntar qué ha hecho Ana Lilia Rivera por Tlaxcala. Sus logros son difíciles de identificar, porque su actividad parece estar centrada en una constante promoción personal, más que en abanderar causas sociales auténticas. Se ha enfocado en construir su imagen como próxima gobernadora, olvidando que la verdadera conexión con la gente no se logra con propaganda, sino con acciones concretas y cercanía genuina.
El uso del nombre de López Obrador y su proyección como “la más cercana” a Sheinbaum son reflejos de una estrategia desgastada que apela más al poder por el poder, que a la construcción de un proyecto colectivo sólido. El evento de Morena en Tlaxcala pudo haber sido una plataforma para discutir los retos del estado y las soluciones que el movimiento propone; sin embargo, quedó opacado por la ambición personal de una figura que, lejos de sumar, divide.