La noche del sábado 25 de octubre, la cantante española Natalia Jiménez se presentó en el palenque de la Feria de Tlaxcala 2025 ante un público menor al esperado. Aunque los organizadores insistieron en que el evento fue “todo un éxito”, la realidad es que el recinto lució con claros vacíos, y muchos asistentes fueron reubicados para disimular los espacios sin ocupar.
Fuentes cercanas a la organización reconocen que la baja asistencia podría estar relacionada con el aumento de hechos violentos en el estado y con los antecedentes de agresiones en este mismo recinto en años anteriores. No son pocos los testimonios que recuerdan las riñas entre asistentes y los ataques de elementos de seguridad privada que, en ediciones pasadas, enviaron a varias personas al hospital tras brutales golpizas.
Mientras el desfile de feria se desarrollaba entre música, luces y fuegos pirotécnicos, en otras zonas del estado se registraron personas baleadas, lo que dejó en evidencia la contradicción entre el discurso festivo y la realidad de violencia que atraviesa Tlaxcala. La feria, que debería ser un espacio de convivencia familiar, se tiñe de sangre y miedo.
El temor ciudadano se ha convertido en el principal motivo de ausentismo. “Ya no se puede venir con niños, uno no sabe si habrá pleito o disparos”, comentó una madre de familia que prefirió retirarse temprano del recinto ferial.
El cuidado de menores en este tipo de eventos vuelve a ser tema de preocupación. Las ferias estatales, que en el pasado representaban el orgullo de las tradiciones locales, hoy enfrentan el desafío de garantizar espacios seguros y libres de violencia. Sin embargo, el operativo de seguridad sigue siendo más reactivo que preventivo, y la desconfianza hacia los cuerpos de seguridad privada crece año tras año.
Mientras las autoridades locales celebran cifras de asistencia y los empresarios del espectáculo reportan “resultados positivos”, los ciudadanos viven otra realidad: una feria custodiada por la sombra de la inseguridad.
En Tlaxcala, la fiesta continúa, pero lo hace entre el eco de las sirenas y la desconfianza de una sociedad que ya no se siente a salvo ni en su propia celebración.
