Por Alberto Jordan
La tarde de este sábado estuvo a punto de terminar en tragedia. Un grupo de jóvenes, presuntamente en estado de ebriedad, provocó dos accidentes viales consecutivos en la comunidad de Atlamaxac, evidenciando una vez más la peligrosa combinación de alcohol al volante, falta de vigilancia y abandono institucional.
De acuerdo con testimonios vecinales, tras el primer percance los involucrados continuaron su marcha, hasta que metros adelante protagonizaron un segundo choque de mayor impacto, dejando el vehículo inmovilizado. Fue entonces cuando la indignación social estalló.
Vecinas y vecinos salieron a la calle para confrontarlos, acusándolos de presuntos robos en la zona. La tensión escaló rápidamente hasta convertirse en una agresión física, con intentos claros de linchamiento, una práctica alarmante que sigue apareciendo cuando la ciudadanía percibe que la autoridad no responde.
La policía municipal arribó al lugar con un solo elemento, claramente insuficiente para controlar a una multitud enfurecida. Minutos después llegaron refuerzos, y aun así fue necesario solicitar apoyo de corporaciones de municipios vecinos para evitar una tragedia mayor.
El saldo pudo haber sido fatal. No lo fue, pero deja al descubierto un problema estructural: la ausencia recurrente de mando y estrategia en materia de seguridad pública, particularmente los fines de semana. Vecinos señalaron que, una vez más, el director de Seguridad Pública brilló por su ausencia, sin dar la cara ni asumir responsabilidad alguna.
Este hecho no puede reducirse a un “incidente aislado”. Es el reflejo de una cadena de omisiones: falta de patrullaje preventivo, tolerancia al consumo de alcohol sin control, y una respuesta policial tardía y débil. Todo ello empuja a la población al hartazgo y, en el peor de los casos, a buscar justicia por su propia mano.
Desde una perspectiva de derechos humanos, es indispensable decirlo con claridad:
no al alcohol al volante, pero tampoco a los linchamientos. La violencia social no surge en el vacío; se alimenta de la impunidad y del abandono institucional.
Hoy Atlamaxac exige algo elemental: seguridad, presencia policial real y autoridades que asuman su responsabilidad. Antes de que la próxima alerta no termine solo en golpes y daños materiales, sino en la pérdida irreparable de una vida.
