Un ataque contra mujeres que revela, una vez más, la profundidad de la violencia misógina en el espacio público
El 23 de octubre de este año, en Ecatepec, Estado de México, un hombre roció con gasolina una unidad rosa del Mexibús —el transporte exclusivo para mujeres— y le prendió fuego mientras estaba en circulación. El ataque pudo convertirse en una masacre. Solo la rápida intervención del conductor, que detuvo el vehículo y permitió que las pasajeras escaparan antes de que las llamas se extendieran, evitó que este acto terminara en una tragedia irreparable.
El agresor fue detenido. La acusación: daño a la propiedad.
Nada más.
Ni una palabra sobre las mujeres que viajaban dentro.
Ni una consideración sobre el hecho, evidente, de que ese hombre intentó incendiarlas vivas.
Ese acto no fue solo vandalismo: fue un intento de feminicidio múltiple. Elegir una unidad rosa no fue casualidad. Fue un mensaje. Un ataque directo contra un espacio de “discriminación positiva” creado como respuesta a los niveles alarmantes de violencia sexual que niñas, adolescentes y mujeres sufren en el transporte público mexicano.
Conviene recordar que el transporte exclusivo para mujeres no es un privilegio. Es una medida de emergencia en un país donde el acoso, los tocamientos, las agresiones y las violaciones en el trayecto son una realidad cotidiana. No existe para separar: existe para proteger.
Por eso este ataque resulta tan simbólico y tan brutal.
Porque demuestra que incluso los espacios que nacen para garantizar seguridad pueden convertirse en escenario de tentativa de exterminio cuando el odio misógino se organiza en forma de violencia directa.
Pero quizá lo más inquietante no es el ataque en sí, sino el silencio posterior.
La noticia apareció en Excélsior, La Jornada, El Financiero, TV Azteca y otros medios relevantes. Estuvo ahí. Circuló. Y sin embargo, no tuvo la repercusión que un hecho de tal gravedad exigiría.
¿Por qué un atentado contra decenas de mujeres no abrió noticieros ni generó una conversación nacional?
¿Por qué no provocó pronunciamientos urgentes?
¿Por qué no se tipificó de inmediato como feminicidio en grado de tentativa?
Ese hombre no quiso destruir un vehículo, quiso destruir vidas de mujeres.
Cada una de las pasajeras debería tener la posibilidad de denunciar por intento de feminicidio. Y la respuesta penal debería estar a la altura de la peligrosidad del acto. Tipificarlo únicamente como daño a la propiedad es, en términos legales y simbólicos, un mensaje demoledor: pareciera que sus vidas valen menos que el propio Mexibús.
Este caso no solo revela la violencia estructural que enfrentan las mujeres en México; revela también la indiferencia institucional y mediática que permite que hechos tan graves se desdibujen.
Un país donde un intento de feminicidio colectivo puede pasar casi desapercibido es un país que está fallando —de manera profunda— en la protección de la mitad de su población.
El ataque del 23 de octubre en Ecatepec debería ser un punto de inflexión.
No lo fue.
Y esa es, quizá, la herida más grande.
