Por: Alberto Jordan
En México ya no sorprende que el crimen organizado toque las puertas del poder; lo verdaderamente alarmante es cuando parece haberse instalado cómodamente en su sala. El caso de Edgar Ortiz, alias “El Limones”, presunto líder criminal ligado al Cártel de Sinaloa y, al mismo tiempo, alto dirigente sindical de la CATEM, vuelve a desnudar una realidad incómoda: la del sindicalismo convertido en herramienta de extorsión y la política como su mejor escudo.
Pedro Haces Barba, diputado federal y dueño político de la CATEM, ha intentado deslindarse de su exsecretario de Organización. Sin embargo, las imágenes, videos y actos públicos compartidos entre ambos hacen poco creíble la narrativa del “yo no sabía”.
En política, como en el crimen, la cercanía no suele ser casualidad. Menos aún cuando el hoy detenido acumulaba denuncias desde hace al menos tres años, según reconoció el propio fiscal del caso.
La mecánica descrita por las autoridades es tan vieja como efectiva: afiliaciones sindicales a punta de pistola, cuotas forzadas, amenazas veladas y el uso de un nombre “legal” para encubrir actividades criminales. La diferencia es que ahora el sindicato en cuestión presume cercanía con el poder, influencia legislativa y acceso directo a las cúpulas de Morena.
Este escándalo no es un hecho aislado. Se inscribe en una cadena de episodios donde operadores políticos terminan siendo piezas clave de estructuras criminales.
El paralelismo con otros casos recientes es inevitable: personajes poderosos protegidos durante años, hasta que el costo político se vuelve insostenible y entonces son convenientemente abandonados.
En este contexto aparece el diputado federal por Tlaxcala, Raymundo Vázquez Concha, cuya trayectoria política ha estado marcada por el cobijo de padrinos hoy bajo sospecha. Primero fue la cercanía con Adán Augusto López Hernández durante la precampaña; después, la exhibición de “power político” al lado de Pedro Haces Barba. Cuando los respaldos empiezan a oler a pólvora, la pregunta no es si sabían, sino cuánto toleraron.

Resulta revelador que, en medio del escándalo, la página oficial de la CATEM haya desaparecido de la red. No se trata de una falla técnica ni de una casualidad: es un reflejo del reflejo automático del poder cuando se siente acorralado—borrar, ocultar, negar. Como si eliminar un sitio web pudiera borrar años de complicidades.
Mientras tanto, desde Estados Unidos, la secretaria de Seguridad Interna, Kristi Noem, advierte que los cárteles mexicanos representan una amenaza global.
Allá lo dicen sin rodeos; aquí seguimos atrapados en el eufemismo, la simulación y el silencio institucional.
La narco-política no se construye solo con balas y dinero, sino con omisiones, encubrimientos y lealtades mal entendidas. Y cuando el poder decide mirar hacia otro lado, deja de ser espectador para convertirse en cómplice.
La pregunta final no es si caerá uno u otro personaje, sino si el sistema seguirá reciclándolos hasta que el próximo escándalo nos obligue, otra vez, a fingir sorpresa.
