La noche de ayer volvió a repetirse un patrón tan conocido como doloroso: una joven reportada como desaparecida fue localizada con vida y, lejos de celebrarse que regresara a casa sana y salva, las redes sociales se llenaron de insinuaciones, burlas y juicios sobre dónde estaba, qué hacía y con quién. No se comenta su bienestar. No se exigen mejores protocolos. No se analizan los riesgos reales que enfrentan las mujeres. Lo que se hace es cuestionarla. Y eso también es violencia.
La cultura de la sospecha hacia las mujeres tiene raíces profundas. Cuando una joven desaparece, la opinión pública se vuelca en exigir que sea encontrada. Pero si aparece viva, entonces la narrativa se transforma en un tribunal. Presuntamente “se lo inventó”, “andaba de fiesta”, “seguro se fue con alguien”. La lógica es perversa: parecería que para no ser juzgada, una mujer debería ser encontrada sin vida. Solo entonces —cuando ya no puede defenderse— la sociedad la trata con respeto.
Esta reacción no solo es injusta y misógina. Es peligrosa. Invisibiliza los escenarios reales que enfrentan las mujeres en México, entre ellos los llamados secuestros exprés virtuales o extorsiones telefónicas, una modalidad delictiva que desorienta, aísla y provoca pánico en las víctimas. Hay mujeres que desaparecen por miedo; mujeres que pierden temporalmente el control de la situación; mujeres que huyen porque creen que sus familiares están en riesgo. Eso existe, sucede y está documentado.
Pero incluso si no existiera esa posibilidad —incluso si una mujer simplemente necesitara un espacio, una pausa o un momento personal— nadie tiene derecho a juzgarla. La vida privada no es delito. La libertad no es delito. El deseo no es delito. La sociedad debe comprender que lo único que importa es que regrese a salvo. Lo demás pertenece a su intimidad y no a la curiosidad morbosa de quienes opinan desde la impunidad del anonimato.
Lo que sí corresponde exigir, con firmeza, es prevención: campañas informativas sobre estas modalidades de extorsión, formación en seguridad digital, acompañamiento emocional para las familias y protocolos de búsqueda que no revictimicen. La responsabilidad es del Estado y de la sociedad. Nunca de la mujer desaparecida.
A la joven localizada anoche —y a todas las que regresan tras un episodio de angustia— va desde aquí un abrazo solidario. Ese momento ya pasó. Ojalá lo que también pase pronto sea esta costumbre cruel de convertirlas en objeto de burla cuando logran volver a casa con vida.
Porque nunca, bajo ninguna circunstancia, debemos olvidar lo esencial: que vivan es siempre una buena noticia. Y agradecer que estén de vuelta es lo único que debería importarle a cualquiera.
