Raymundo Vázquez Concha “asume” la gubernatura del Estado de Tlaxcala

En una escena que haría sonrojar a cualquier manual de ciencia política —y reír a carcajadas a los guionistas de comedia— el diputado Raymundo Vázquez Concha habría llegado, según fuentes “muy, muy confiables”, a la gubernatura del estado de Tlaxcala.

Sí, leyó usted bien.

Gobernador.

Raymundo.

Vázquez.

Concha.

El mismo personaje famoso no por su capacidad política, sino por sus paellas grasosas, su vocación de trovador romántico, su historial de infidelidades sentimentales y su legendaria reputación en el mundo del biselado de vidrios, donde es conocido como “el mil amores” —título que, por cierto, jamás se ha ganado en las urnas.

De acuerdo con esta versión alterna de la realidad, el nuevo “gobernador” implementaría un modelo de gobierno innovador: menos ideas, más pausas, discursos eternos llenos de frases inconclusas y una imitación mal lograda del tono pausado de Andrés Manuel López Obrador, aunque con una diferencia clave:

AMLO pensaba lo que decía; Raymundo apenas logra decirlo.

Testigos aseguran que su forma de hablar no es estrategia política, sino una batalla constante entre la lengua y el cerebro, batalla que —según especialistas imaginarios— suele perder el cerebro.

“Habla lento porque si acelera, se le caen las ideas… las pocas que trae”, comentó un asesor ficticio mientras servía otra ronda de arroz con mariscos.

Como cereza de esta inocentada institucional, una funcionaria del Ayuntamiento de Apizaco ya se visualiza —sin rubor alguno— al frente del Sistema Estatal DIF, demostrando que en Tlaxcala no se necesita experiencia, sensibilidad social ni vocación, solo verse con cargo y tomarse la foto.

La administración estatal, en este universo paralelo, estaría basada en tres pilares fundamentales:

  1. Improvisación permanente
  2. Ego desmedido
  3. Serenatas a media noche para distraer del desastre

Analistas del absurdo coinciden en que, de ser cierto, Tlaxcala no sería gobernada, sino amenizada, convirtiéndose en el primer estado del país dirigido como una cantina política con micrófono abierto.

Afortunadamente —y aquí viene el alivio colectivo—

todo lo anterior es completamente falso.

Pero sirve como recordatorio de que, en la política mexicana, la línea entre la broma y la tragedia es peligrosamente delgada.

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